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miércoles, diciembre 14, 2005

HE VISTO AL HOMBRE DE TU VIDA EN EL BAR DE AL LADO

No tienes ninguna amiga con quien salir. Estás sola. Ellas, tus amigas, o bien tienen pareja o hace tiempo que vuestra relación se rompió. Estás sola. Por eso no sales de casa; porque tus únicos compañeros de viaje los fines de semana son el ordenador y el televisor.
Desde hace demasiado tiempo.

Para consolarte, te dices que lo que te dicen es cierto: que el amor llama a tu puerta cuando menos te lo esperas. Así que ya vendrá; algún compañero de trabajo, de estudios, quizás. Un amigo de otro amigo, tal vez.

Y pasan los días, y te percatas de que no conoces a más de una docena de hombres y que siempre son los mismos. ¿Cómo puede dar la puta casualidad de que puedas enamorarte de uno y además ser correspondida?
Sí, es posible que el amor surja cuando menos te lo esperas, pero si no lo buscas él no sabe que estás ahí… esperando.

El caso es que ayer ví al amor de tu vida en un bar. Tú no lo viste, claro, ni nunca lo verás. Estabas viendo la tele, era sábado y no tenías con quien salir.
Dices que no te gusta salir sola por que te sientes insegura, por que qué pensarán de ti, por que te aburrirás.
Sí te sientes insegura, la mejor forma de superarlo no es huir del problema, aunque para ello tengas que recurrir a dos cervezas.
Si no sales por el “qué dirán”, no vivirás tu vida sino la vida que los demás tienen preparada para ti.
Y sí; puede que te aburras el primer día, el segundo… y puede que algún día dejes de aburrirte para siempre cuando le conozcas. A él.

Acudirán babosos, pesados, idiotas… tal vez. Pero puede que una tarde, quizás dentro de un año o una semana te sonría y lo reconozcas al fin.
Donde seguro no lo vas a hallar es entre las cuatro paredes de tu salón. Ni en el dormitorio que pasa las horas de tu juventud.
Te estás haciendo vieja, amiga. Sí, sí, ya sé que eres muy joven, pero estás envejeciendo. La soledad es una pésima crema hidratante. Y pasarán domingos, y seguirás siendo una Penélope sin tu Ulises. Encerrada en casa con tu cobardía.

Ayer vi, en un bar, apoyado en la barra del mostrador, al hombre de tu vida con los ojos empañados de soledad.