DOLOR

Cuando la vida me golpea con un gancho al hígado, me dejo caer sobre la lona del sufrimiento, sin intentar levantarme, escuchando la cuenta hasta diez que marca la profundidad del abismo hacia el que desciendo golpeándome contra las rocas salientes, recuerdos dolorosos de todo mi pasado que se agolpan para asaltar mi sensibilidad, reunidos todos, como una manada que estaba al acecho esperando el momento propicio en que mi corazón se hallase desamparado, tan vulnerable como un gorrión en medio de un tornado.

En días como hoy, en el día de hoy, en que mis lágrimas exiliadas hace mucho tiempo, vuelven del destierro para llorar la muerte de mi perro, fallecido esta mañana, me enfango en el dolor, sucumbo complaciente ante él, me someto, dejando cerrada cualquier puerta que me guíe al optimismo, a la luz que proyecta la esperanza.

Cambio pensamientos de aliento por un febril desaliento que me derrota sin hacer prisioneros a mis deseos de olvidar. Prefiero el lacerante intenso dolor inmediato, todo en bloque, tan espeso como un yunque, que vivir mi tormento a plazos.

CRISIS DE PAREJA

Cuando una pareja tiene una crisis después de varios años de relación, lucha por superarla y cree haberlo conseguido, lo único que ha hecho es rendirse ante el riesgo de quedarse aislados. Ante el miedo al espacio lleno de soledad que tendrían hasta encontrar una nuevo amor.

Y las palabras son escuchadas por el otro durante un breve espacio de tiempo. Y las caricias vuelven como al principio, pero manchadas de artificialidad. Y el amor intenso del comienzo no resurge y se conforman con sucedáneos a los que llaman cariño y tolerancia.

La relación sigue, superada la crisis, apestando a tedio, a resignación, a una monotonía que pudre los días presentes y futuros.

Siguen juntos, como siameses unidos por su cobardía y conformismo, soportando el hedor de una vida vacía, sin esperanza, sumida en la derrota. Derrota sin paliativos, de perdedores eternos, maltrechas ilusiones y mutiladas primaveras.