Maldonado Sinrazón

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martes, marzo 21, 2006

SUEÑOS CUMPLIDOS, SUEÑOS INCUMPLIDOS, SUEÑOS POR CUMPLIR.

En muchas ocasiones, lo peor que le puede suceder a alguien que lucha por alcanzar una meta es lograrlo, porque luego acaba decepcionando.
El placer que supone el superar un reto es efímero y con el tiempo se deja de valorar lo alcanzado y se marca uno así mismo un nuevo objetivo, dejando así de vivir el presente una vez más para embarcarse en una nueva lucha con pretensiones de futuro.
Esto les suele suceder a las personas que toman las metas prestadas, es decir, que desean lo que creen que hace felices a los demás en lugar de marcarse sus propias ilusiones. Los que envidian el coche, la casa, el dinero ajeno, porque creen ver que esas cosas materiales producen felicidad en el vecino, cuando en realidad éste la está simulando precisamente para provocar la envidia del otro. Esa envidia que sienten a su alrededor es la que les supone un gran placer, más que sus posesiones.

Por eso dicen algunos que lo que importa no es llegar, sino el camino. Pero si nunca se llega, uno se siente frustrado, fracasado.
Así pues, ¿qué es preferible? ¿Dónde está el límite de la ambición humana? ¿En tener más que los demás? Eso solo puede acarrear insatisfacciones, ya que siempre habrá alguien que tenga más. ¿En aceptar, en conformarse con lo que se tiene?
Dice la filosofía oriental que no es más rico quien más posee sino quien menos necesita. Pero, ¿hasta que punto uno se engaña con ese axioma para no reconocer que es incapaz de logra alcanzar sus aspiraciones? ¿No será un consuelo de perdedores?

jueves, marzo 09, 2006

ODIAR; UN BOOMERANG.


Si el odio no se traduce en venganza, es un martirio constante para el que odia. El tiempo que podría estar dedicando al placer, a amar, a divertirse, a reír, se pierde en aborrecer a alguien. Se es esclavo de la persona odiada; ella es la dueña de los pensamientos del que odia.

Odiar supone un esfuerzo que se retroalimenta con la imposibilidad de satisfacerlo, un desgaste sin compensaciones.
El odio, junto con el dolor, son los dos sentimientos más intensos; incluso más que el amor. Los dos te hacen sentir vivo, pero así como el segundo te acerca a la lucidez, el primero te sume en la ofuscación y te mantiene siempre alerta, fatigado pero sin posibilidad de descanso, tirano de ti, de tus pensamientos y reacciones.

Si la autoestima del odiado sabe el lugar que ocupa, si no depende ni del que lo odia ni del que lo ama, la sombra del que odia nunca lo alcanza. Es un espíritu libre, una sonrisa irónica, incluso satisfecha al percatarse de que despierta sentimientos tan profundos en alguien a quien desprecia, o por el que solo siente indiferencia.

Si el orgullo no fuese un sentimiento ridículo, habría que sentirse orgulloso por ser odiado. Porque cuando alguien nos odia nos pone a la misma altura que Dios. Nos hace hacedores de desgracias ajenas, de fobias incontenibles e inconclusas. Nos convertimos en pequeños o grandes demiurgos que con nuestro desdén potenciamos la desgracia de quien nos odia.