Maldonado Sinrazón

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domingo, diciembre 30, 2007

HE SIDO TANTOS....

Miro mis fotos del pasado y no me reconozco.

¿De quien es ese rostro de niño solitario, lleno de incertidumbres, sin una referencia a quien sujetarse?

¿Dónde iba ese adolescente acompañado de dudas, a quien nada de lo que le intentaban inculcar los adultos le parecía coherente al contrastarlo con la realidad?

¿Fui yo aquel macarrilla de pelo largo, zapatos de plataforma, cinturón de León, para las peleas, que sobresalía por su gamberrismo?

¿O aquél otro, el de los 20 años, con la mili a cuestas, las mujeres a mi alrededor, el alcohol que sujetaba mi sonrisa y provocaba risas y divertimento?

¿Qué fue de mi primer gran amor, sumida ahora en la locura? La mataron las circunstancias y su debilidad.

Alejado siempre de los hombres, tediosos hombres, mundos exquisitos de mujeres, sexo sin sentimiento que abotarga los sentidos.

Mi segundo gran amor, belleza suprema, caudalosa ternura con la que confundí inteligencia con mimetismo.

Rondando los 30 años, evolución concluida, buscando entre sábanas ajenas el amor que me esquivaba.

Murió también mi tercer amor, el último. Un brillante sin tallar que cobró una forma perfecta, que se convirtió en un monstruo. Ya no brilla ni en mi memoria.

Me miro en el espejo, un tapiz de arrugas; las de los ojos, de reír; las del entrecejo, de sufrir. Y no me reconozco en aquellos que fui, como si en cada ciclo de mi vida hubiese sido una persona diferente, sin nexo de unión, saltando del nihilismo al escepticismo, pasando por las certezas.
Nunca he tenido la edad que tuve; ni siquiera ahora. Hay días que soy un niño, y otros un anciano.

jueves, diciembre 06, 2007

DESTINO, EL PARAÍSO


Hay cosas que no sé si es mejor que las comprenda o no.

No entiendo porqué los familiares y amigos, que creen en Dios, sufren cuando muere un ser querido. Se supone que "pasa a mejor vida", eso dicen. Viajan nada más y nada menos que a un lugar, el Paraíso, donde van a ser felices y además durante toda la eternidad. Un chollazo, vamos. Se acabó el dolor, el aburrimiento, las mezquindades humanas, las injusticias, las enfermedades. ¿Quién no desea para quien quiere la mayor dicha posible? Entonces, ¿por qué sufren los que se quedan cuando alguien a quien aprecian fallece? Deberían bailar y cantar en el entierro, contentos, alegres, satisfechos.

Y el que va a morir, todavía más jubiloso. Deja aquí a gente que quiere, pero se va a reunir con las personas a las que ha amado y además, en cuatro telediarios, también estarán con él las personas que ha dejado en este mundo. ¡La gran juerga padre! ¡Para siempre! ¡Una fiesta continua sin visos de cansancio y sin resacas posteriores! ¿Se puede pedir más?

Claro que está por en medio, dando el coñazo, el puto instinto de supervivencia. Pero la Fe puede con todo, ¿no? Si se tiene la certeza de ir un mundo mejor la Fe tiene necesariamente que estar por encima del instinto de supervivencia. ¿O es que esa Fe es más frágil de lo que parece? ¿Tal vez por eso las iglesias están repletas de ancianos que se intentan sujetar a ella para no caer en el tenebroso vacío de un futuro en el que reine la Nada?

Y los que se quedan, los que lloran la pérdida de la persona estimada que se ha ido ¿no son infinitamente egoístas ya que en realidad derraman lágrimas por no poder seguir disfrutando de su presencia, en lugar de regocijarse por su imperecedera felicidad?