Maldonado Sinrazón

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sábado, diciembre 17, 2005

EL CHOPO

(Relato)


No soy celoso.

Al menos no tanto como la gente ha pensado siempre.


Cuando éramos novios, Marta ya me dijo que lo era y yo lo negué. Confiaba plenamente en ella, lo único que sucedía es que no confiaba en los hombres que la rodeaban. Pero cuando dejó de relacionarse con sus amigos todo cambió y mis preocupaciones cesaron.

Fue tras nuestra boda cuando comenzaron a surgir las complicaciones. Yo creía que una vez casados se olvidaría de sus amigas y yo sería el centro de su atención como ella lo era del mío. Pero no fue así; se negaba a dejar de tomarse cafés con sus amigas y compañeras de trabajo. Más de una vez la sorprendí en el bar de la esquina.

Pero ante mi insistencia y para evitar disgustos, se percató de que no necesitaba a nadie más que a mí tras varias discusiones cada vez más acaloradas en las que le dije cosas muy graves pero que en realidad no sentía. A veces me muestro un tanto irascible, pero lo bueno que tengo es que se me pasan pronto los enfados.

Así que sus amistades empezaron a venir a casa para verla en lugar de ser ella la que tuviese que salir. Era un mal menor. Hasta que un día me di cuenta de que sus amigas estaban demasiados días pululando por nuestro hogar. No me importaba que viniesen cuando yo estaba presente, aunque eso hacía que me sintiese desatendido, pero no me gustaba nada que lo hiciesen en mi ausencia. ¿Por qué lo hacían? ¿Qué se decían? ¿Hablaban de mí o, lo que es peor, de otros hombres? Por si acaso, le prohibí que volviese a verlas.

Ella se negó en un principio y a punto estuvo nuestra relación de irse al traste, pero dio la casualidad de que por esas fechas quedó embarazada de nuestro hijo Enriquito. Así que por mantener la unidad familiar y también porque ella me amaba muchísimo, como yo a ella, renunció a sus amigas.

Esos meses fueron una segunda luna de miel. Estuve siempre protegiéndola y dándole todos los caprichos que necesitaba. Los dos pensábamos solo en el niño y en nosotros, como si estuviésemos en una isla desierta con los tiburones a muchos kilómetros de distancia; y aunque su madre se entrometía demasiado en nuestras vidas, cosa de lo que Marta no se daba cuenta, pude soportar su presencia continua por la casa por el bien del futuro bebé; tengo cierta tendencia a sacrificarme por los demás.

Pero a los pocos meses de dar a luz surgieron las complicaciones. Yo quería creer que ella iba a dejar de ser el centro de atención de vecinos, panadero, verdulero y otros entrometidos que se preocupaban en exceso de su salud y de la del niño, decían, aunque en realidad sospechaba que había algo más. Y así fue, por que las atenciones que recibía las siguió recibiendo cuando ya no las necesitaba. Esas miradas huidizas entre ella y el revisor de la luz… En aquella ocasión que vi como un joven vecino le subía la compra a casa cuando solo llevaba dos bolsas… El portero con el que charlaba demasiado a menudo sin ninguna necesidad…

Los años posteriores no fueron una balsa de aceite sino cascadas continuas de gritos y peleas. Ella estaba obsesionada con que yo era muy celoso e insistía en que fuese a ver a un psicólogo. Accedí por complacerla y porque la amaba en exceso. Fue una pérdida de tiempo. Ni el primer psicólogo ni los posteriores pudieron solucionar mi problema, ya que no existía. Lo único positivo que extrajimos de tanto dinero perdido en doctores, es que Marta asumió nuestra situación y accedió a irse a vivir con el niño y conmigo a un pueblo abandonado. Un pueblo en el que yo no tendría que preocuparme de las miradas lascivas de los buitres carroñeros que querían a mi mujer por presa.

Así que dejé mi negocio, que me reportaba suculentos beneficios, a cargo de mi empleado de mayor confianza y nos marchamos a un pequeño pueblecito no muy alejado de la ciudad para que Enriquito, que por aquel entonces contaba con cinco años de edad, pudiese ir todos los días al colegio.



Aproximadamente a un kilómetro del pueblo, había un chopo a cuya sombra solía ir a meditar y a observar la naturaleza que discurría pausadamente como los colores de un atardecer. Era un chopo solitario, alejado de los otros; tal vez por eso me gustaba, porque me identificaba con él, con su tronco firme, poderoso, con sus distintas ramificaciones que albergaban tanto hojas palmeadas acariciadas por el rocío matutino, como pequeños nidos.

Era sábado, y Enriquito no tenía colegio. Estábamos jugando con una pelota de fútbol cuando yo, en una desafortunada patada, envié el balón casi a su copa en donde quedó atrapado balanceándose como si ser riese de nosotros. Comencé a tirarle piedras, pero mi puntería nunca ha sido buena, así que me decidí por subir a cogerlo. Enriquito me pidió que no lo hiciera, pues tenía mucho miedo a las alturas. Lo observé detenidamente y me dije a mí mismo que la mejor manera de quitarle sus temores era hacer que se enfrentase a ellos. Así que le pedí que subiese conmigo y ante su negativa opté por obligarlo. Lo tomé por la cintura e hice que comenzase a trepar por él. No era muy complicado, pues el árbol tenía una gran inclinación seguramente debido a que estaba justamente en la orilla de un riachuelo y sus excesivamente húmedas raíces habían hecho que todo él se encorvase hacia el agua, como si sus hojas deseasen saciar su sed.

Mi hijo comenzó a sollozar, pero me mantuve firme; la letra con sangre entra y quien bien te quiere te hará llorar, así que fui empujándole centímetro a centímetro, tapando con mis gritos sus llantos.

Después de varios minutos, cuando ya llevábamos unos cuatro metros escalados, hice que se detuviese, cosa que no resultó harto difícil pues estaba aterrorizado. Sobre unas ramas superpuestas, se hallaban los restos de una cabaña seguramente edificada por manos infantiles, que desde abajo, desde la tupida hierba primaveral, era invisible. No parecía muy resistente, pero sí lo suficiente para que pudiésemos descansar los dos. Sequé sus lágrimas con la yema de mis dedos e intenté consolarlo. Tenía los ojos llorosos, esos ojos tan parecidos a los de su madre (de hecho era lo único de su rostro que me recordaba a ella, ya que el resto de sus facciones eran semejante a las mías, cosa que me hizo dejar de sospechar que yo no era su padre cuando comenzó a crecer) que me miraban inquisitivos haciéndome sentir culpable de algo que desconocía. Esos ojos cómplices que yo espiaba en ocasiones como compartían miradas con los de Marta. Como me desterraban haciéndome sentir extranjero en mi propio hogar.

Porque entre ellos dos, madre e hijo, había algo extraño, como un mundo paralelo al que a mí se me tenía prohibido acceder. Tal vez por eso, por esa vinculación, ella ya no me consideraba el centro de su vida, sino tan solo un anexo a su amor materno filial. Eso me hacía sentirme solo, muy solo y despreciado. Pero no era culpa suya, de Marta, sino de ese niño que había venido a enturbiar nuestro amor con los lodos de su ternura engañosa. Ese niño que acaparaba sus atenciones, que le robaba parte de la pasión que por justicia a mí me correspondía. Nada volvería a ser como antes mientras una tercera persona se interpusiese entre nosotros. Solo los dos, unidos para siempre, sin distracciones de afectos superpuestos, podríamos ser felices.




Después del entierro de Enriquito en el cementerio de la ciudad, Marta sólo quiso volver al pueblo para recoger sus pertenencias. Decía que después del accidente de nuestro niño nuestra relación ya no tenía sentido ya que hasta entonces había sido él, Enriquito, el que la había sustentado. No podía creerla; precisamente era todo lo contrario. Achaqué sus palabras al dolor tan reciente que sentía y que con toda probabilidad había nublado su raciocinio. Así que quise darle una segunda oportunidad y cuando regresamos a casa la mantuve encerrada en una habitación hasta que terminé de enrejar todas las ventanas. Estaba seguro que en poco tiempo recuperaría la cordura. Hasta entonces, hasta que se diese cuenta de que nadie jamás la amaría como yo a pesar de ser ella como era, no dejaría que saliese de casa.

Pasó el tiempo y entre tristezas y melancolías se fue adaptando. Parecía asumir su situación aunque continuaba manteniéndose distante. Se refugiaba en la televisión. Demasiado tiempo, a mi juicio, y demostrando excesivo interés. Tanto que prefería ver sus programas favoritos antes que hablar conmigo. Miraba a los actores, a los presentadores, de una forma que no me gustaba nada y se aficionó a una telenovela en que los protagonistas solían aparecer de vez en cuando con el torso desnudo.

Tiré el televisor.

Después vinieron los libros. ¿Qué podían tener cuatro hojas escritas por otros que no tuviera yo? Estoy seguro que utilizaba la lectura para fantasear con otros paisajes que no eran los nuestros, los que habíamos conocido juntos, en los que habíamos desgranado nuestro amor. Y seguro que en ellos estaba con alguna persona, algún personaje ficticio o real que me sustituía en su imaginación.

Así que quemé todos los libros.

Ya nada podía acaparar su atención excepto yo. Estábamos en el buen camino.
Hasta que un día, espiando sus sueños, la oí murmurar un nombre. Un nombre desconocido o familiar, no lo sé, porque no lo pude reconocer. Entonces me di cuenta de que jamás podría ser mía, de que nunca sería el dueño de sus sueños.

La enterré al lado del chopo.




Con el otoño llegaron mis primeras inquietudes. Hasta entonces me había sentido pleno, en paz conmigo mismo, sin los miedos que me atenazaban cuando tenía que estar pendiente de mi amada, de su volubilidad a la hora de expresar su amor por mí. Pero hace unos días desperté bajo el chopo a media tarde, bañado en sudor, con los latidos de mi corazón martilleándome las sienes. Había soñado con Marta; con Marta y con otro hombre. Un sujeto sin rostro, sin identidad, que acariciaba a mi mujer mientras los dos yacían desnudos sobre la arena de una playa.

Esa noche no me atreví a dormir. Ni esa ni la siguiente.

Al tercer día, apoyado sobre el tronco gris pálido, ligeramente verdoso, cuando la aurora comenzaba a desperezarse, tras una noche repleta de angustia intentando no caer en las redes del sueño, mis párpados fueron vencidos y se rindieron al sopor. Sólo fue un instante, o al menos eso pensé. Y allí estaban de nuevo ellos, en la playa.




Al comenzar el invierno ya había conseguido controlar mis pesadillas. Es decir, seguían torturándome, pero me había adaptado a ellas y como procuraba mantenerme despierto el mayor número de horas posible el sufrimiento era menor. Eso tenía sus consecuencias, claro. Había ocasiones en las que no estaba seguro si me encontraba en un estado de vigilia o no. Incluso de vez en cuando, demasiado a menudo últimamente, sufría algún delirio en el que creía ver visiones del pasado de las que no sabía si eran ciertas o imaginadas. Todavía continúo con ellas, pero lo peor no es eso; mis peores enemigos son mis pensamientos. Estos pensamientos que se me escapan, que no puedo controlar, en los una parte de mi se regodea con Marta, en los que ella está espiándome por la rendija de cada puerta de cualquier habitación. En ocasiones la siento a mi lado, mientras como, sentada a la mesa, o paseando juntos por las calles vacías del pueblo, en silencio, tomándonos de la mano. O incluso en nuestra cama, rozando nuestros cuerpos entre suspiros y caricias familiares. Me gusta tenerla conmigo, continúo amándola y ella me sigue correspondiendo.

Pero otras veces no acude por mucho que la reclame. Y es entonces cuando sé que está con el otro, con mi otro yo, con el que pasea, con el que come, con el que se abraza en nuestro lecho. No puedo soportar esta infidelidad, esta deslealtad que me arroja al rostro sin importarle mi sufrimiento. Por que sí, sé que sabe que me está causando dolor, pero no parece afectarle. Quiere tenernos a los dos: al hombre que la posee y al hombre que sufre en su ausencia. Y eso no es posible. Ella tiene que ser solo mía, a cada instante sea yo quien sea.

Así que bajo al sótano y comienzo a hurgar entre un montón de trastos desordenados hasta encontrar lo que busco: una soga. Una soga con la que me dirijo a través de los campos hacia el chopo.

miércoles, diciembre 14, 2005

ENVIDIA

(Relato)

David estaba obsesionado con el amor.

Como un rinoceronte ciego, David embestía al amor, su obsesión, la única.

En dos ocasiones trepó a través del amor hasta la pasión. Ella, la pasión, le hizo llorar de alegría, reírse con dolores extremos, anularse como hombre, como ser humano, dejar de pensar, dejar de pensar… ser feliz. Cuando despertó, prisionero del tedio, no lo hizo volteándose con lentitud sobre ninguna pendiente; se desplomó desde un acantilado sin gaviotas repleto de drogas. Algunas no conseguían emborronar sus ideas pero al menos le impedían ordenarlas.

Viajaba con otras hacia el alcantarillado de sí mismo, con todo su pasado en las maletas partiéndole los dedos del peso insoportable. Allí fallecía y reencarnábase casi aún tiempo, bebiendo, tragando, fumando y esnifando, hasta alzarse sobre el sexo reiterado, súbitamente atractivo, en una monotonía que dejaba de serlo hasta el orgasmo.
Decenas de mujeres sin sombras ni surcos de pisadas, que no conseguían llenar con su desnudez su propio espacio, vertían llantos entre sábanas de pieles mientras él, a varios grados bajo cero, envuelto en el presente, ahorcado de pies y manos, enmudecía para no mentir. Regresaba tras ellas, fatalmente enamoradas, ignorantes de que el regreso sexual del hombre hacia la mujer no es un nuevo inicio, sino un débil y fracasado retorno a las primeras sensaciones.

Uno tras otro, innumerables fines de semana, arrastraba con las muletas del alcohol su boca para encontrar unos labios en los que volver a expirar acompañado.

No pensaba mas que en el amor desde hacía años, y ya tenía 28. Nada le satisfacía. Pensaba que la familia era un ramillete de gente desconocida que te obligaban a conocer sin preguntarte si deseabas hacerlo. Que los amigos eran un banco de intercambio favores. Que el sexo era una inversión demasiado costosa para solo unos minutos de placer, que luego te pasaban factura y en ocasiones hasta tenían efectos secundarios. Que el dinero solo servía para comprar las drogas que le hacían olvidar todo lo anterior.
Por que se drogaba mucho. Mucho y muy a menudo. Hasta que un día se percató de que cada vez que caía rendido sobre su colchón vencido por los estupefacientes, soñaba siempre con la misma mujer. Una mujer a la que puso nombre: Ausencia. Una mujer que se deslizaba en sus sueños cada noche acariciándole el alma mientras desterraba su soledad.

Como solo podía verla con los párpados caídos, fue sustituyendo las drogas ilegales por las legales y se hizo socio de los tranquilizantes primero, de los somníferos después.
Yo intenté abrirle lo los ojos diciéndole que la vida es un bello jardín por el que aunque se arrastran los gusanos no es necesario buscarlos, sino disfrutar de las flores. Que el amor de las películas es un cortometraje que da paso a una sinfonía de tolerancia. Que el dinero no da la felicidad pero te hace más libre.
Él, no solo ignoraba mis palabras sino que día tras día alargaba sus sueños narcotizándose sin cesar hasta llegar a dormir casi veinte horas. Era feliz con Ausencia y por lo tanto quería estar el máximo tiempo posible con ella. Hasta que un día las drogas le enviaron el importe de tanta felicidad y cayó en coma.

Fui a verlo al hospital. Esperaba encontrarme un despojo humano, un cuerpo inerte custodiado por un rostro amortajado de dolor o indiferencia. Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando observé que su sonrisa iluminaba la habitación.
Estaba soñando. Soñando con Ausencia. Y su sueño iba a ser eterno. Por fin había conseguido su deseo. Un deseo colmado de placer que desbarataba todas mis teorías sobre el amor.

Y regresé al día siguiente, y al otro, y así durante casi un mes.
Su sonrisa, su maldita sonrisa, ahorcaba mi paz y fustigaba mi conformismo. Se reía de mí, sin duda. De mi posición social, de mi dinero, de las mujeres que pasaban por mi cama. De todo lo que no me saciaba.

Así que un buen día, no pude soportarlo más y corté los tubos que lo ataban a la vida.



Entre rejas tuve tiempo de replantearme mi existencia, de sacar conclusiones. David tenía razón, nada tiene sentido sin amor, sin poder compartir, sin unir dos soledades hasta convertirlas en una compañía. Vivir no es adaptarse a la renuncia. Dejaría de ser una fotografía atrapada por el viento entre bares, casas y hombres. Por ello decidí que cuando saliese de la cárcel buscaría el amor verdadero, ese que te hace ver la oscuridad iluminada por una llama de delirio. Ese que te arrebata, que te sacia, que te mece entre dos labios de ternura.



David estaba esperándome en la puerta de la prisión cuando salí. Me sorprendió muchísimo, la verdad. Aunque sabía que mi intento de matarlo no solo se había frustrado, sino que gracias a él pudo seguir viviendo sin respiración artificial para días más tarde recuperar la conciencia, no esperaba verlo jamás.
Pero no solo me saludó efusivamente, sino que me agradeció mi intento de practicarle la eutanasia para que dejase de sufrir.
Se ofreció para cualquier cosa que necesitase. Ahora tenía mucho dinero y una excelente posición social ya que se había casado por interés económico con una mujer cuyo padre tenía varias empresas importantes. Me dijo que yo tenía razón, que el amor es un espejismo que solo ven los inmaduros. Que los que se refugian en él son los incapaces, los mediocres sin arrojo para asumir que la felicidad la da el tener más que los demás. Que la vida es un juego en el que tiene que haber ganadores y vencidos para que tenga interés.



Así que aquí estoy, en este hotel de tránsito con la cartera y las esperanzas llenas. Dispuesto a tomar un avión que me lleve a Venezuela para poder invertir y hacerme rico. Es posible que el dinero no cubra de una forma resolutiva ese vacío que se aloja intermitentemente en nuestra soledad, pero produce una satisfacción difícil de alcanzar de cualquier otro modo. Somos tan débiles, tan inseguros, tan dependientes, que solo rozamos la satisfacción absoluta cuando hay quienes pueden envidiarla.

Es improbable encontrar a una persona que sin haber sido ensartada por el amor con la suerte de su presencia, lo tome por finalidad. Y así en la amistad, en la paz interior y en infinidad de cosas. Pero el dinero…¿quién no ha deseado el dinero? ¿Quién ha renunciado a conseguirlo?: los consecuentes con sus limitaciones o los cobardes.

La riqueza ajena duele tanto como placer produce el conocimiento de este dolor en el agraciado por la fortuna. Algunos millonarios, si no fuesen esclavos de la envidia, alimento del cual no pueden prescindir, quizás estarían retirados en cualquier casa de campo con un huerto y dos perros. Pero hay la misma oferta que demanda y la gente necesita a alguien a quien envidiar tanto como a un dios que les lama las heridas.
Los creadores se apoyan en los observadores y viceversa, para formar un círculo viviente en donde unos disfrutan siendo perros y otros, a través de los años, se vuelven más consecuentes con su condición de pulgas.

Sin envidia, nuestro desarrollo intelectual sería prácticamente nulo. Los generosos, pequeños y mezquinos actos del individuo, las evoluciones e involuciones de la humanidad, han tenido como origen la envidia. Y quien camufle esta franca realidad con sinónimos como “afán de superación”, “envidia sana”, “hacerse así mismo” u otras frases hechas, es el rey de los embusteros, el emperador de los cretinos o el zar de los ignorantes. Yo he sido, en mi relación con David, un profesional de este sentimiento. Las abundantes sobras de la exigua envidia que malgastaba con el resto, se almacenaban plácidamente para abatirse sobre mi amigo. A nadie se envidia tanto como a un doble que con las mismas posibilidades que tú consigue lo inalcanzable para ti. Siempre hay un perdedor aunque los dos venzan.

Como buen profesional, llegué a envidiarle hasta en la desgracia. Cuando era derrotado tenía el encanto de los antihéroes, la magia que rodea a todos idealistas. En esos momentos era una víctima que se negaba a capitular guardando sus lágrimas para los otros, casi bondadosamente, con indiferencia. En mi interior insultaba su bondad por envidia del bienestar que le producía, sabiendo que yo, si hubiese actuado de igual forma, sería incapaz de recibir esa sensación.
Y en cuanto a la indiferencia, jamás podré perdonarle el no reparar en que esa es la anfetamina de los envidiosos.

Estos razonamientos son los que han estado atormentando mi conciencia hasta hacer inútil cualquier demora de la verdad. Ha surgido lentamente, sin provocar daños, asumiendo irremisiblemente mi condena; transformando la admiración hacia mi amigo en desprecio, el amor en odio. La envidia engendra más odio que incluso la venganza; es un desquita contra uno mismo por no haber sabido destruirse a tiempo.

Me hago responsable de haber llegado a convertirme en lo que soy. O quien sabe, quizás siempre lo fui y no tuve oportunidad o valor parar asumirlo. Sé que ser así solo me conduce hacia la soledad. No importa, la asumo aunque sea mi verdugo. ¿No estamos todos solos, en soledad con nuestras propias mentiras y falsas justificaciones, sin poder compartirlas?


Me iré, pero antes necesito un último gesto para respirar: matar a David.

(Tras esta página hay más post, hasta un total de 27)

HE VISTO AL HOMBRE DE TU VIDA EN EL BAR DE AL LADO

No tienes ninguna amiga con quien salir. Estás sola. Ellas, tus amigas, o bien tienen pareja o hace tiempo que vuestra relación se rompió. Estás sola. Por eso no sales de casa; porque tus únicos compañeros de viaje los fines de semana son el ordenador y el televisor.
Desde hace demasiado tiempo.

Para consolarte, te dices que lo que te dicen es cierto: que el amor llama a tu puerta cuando menos te lo esperas. Así que ya vendrá; algún compañero de trabajo, de estudios, quizás. Un amigo de otro amigo, tal vez.

Y pasan los días, y te percatas de que no conoces a más de una docena de hombres y que siempre son los mismos. ¿Cómo puede dar la puta casualidad de que puedas enamorarte de uno y además ser correspondida?
Sí, es posible que el amor surja cuando menos te lo esperas, pero si no lo buscas él no sabe que estás ahí… esperando.

El caso es que ayer ví al amor de tu vida en un bar. Tú no lo viste, claro, ni nunca lo verás. Estabas viendo la tele, era sábado y no tenías con quien salir.
Dices que no te gusta salir sola por que te sientes insegura, por que qué pensarán de ti, por que te aburrirás.
Sí te sientes insegura, la mejor forma de superarlo no es huir del problema, aunque para ello tengas que recurrir a dos cervezas.
Si no sales por el “qué dirán”, no vivirás tu vida sino la vida que los demás tienen preparada para ti.
Y sí; puede que te aburras el primer día, el segundo… y puede que algún día dejes de aburrirte para siempre cuando le conozcas. A él.

Acudirán babosos, pesados, idiotas… tal vez. Pero puede que una tarde, quizás dentro de un año o una semana te sonría y lo reconozcas al fin.
Donde seguro no lo vas a hallar es entre las cuatro paredes de tu salón. Ni en el dormitorio que pasa las horas de tu juventud.
Te estás haciendo vieja, amiga. Sí, sí, ya sé que eres muy joven, pero estás envejeciendo. La soledad es una pésima crema hidratante. Y pasarán domingos, y seguirás siendo una Penélope sin tu Ulises. Encerrada en casa con tu cobardía.

Ayer vi, en un bar, apoyado en la barra del mostrador, al hombre de tu vida con los ojos empañados de soledad.

UN BESO

Quiero grabarte en una cinta virgen y romper después el dispositivo de grabación.
Comer, ducharme, dormir con tu melodía no me basta. Necesito oír las letras de tus canciones, preciso escucharlas en mi piel cuando solo me acompaña tu ausencia.

Un beso.

Aunque sé que un mismo disco repetido cansa siempre, aunque sé que se pierde entre el polvo y los otros, aunque sé que el recuerdo no lo recuerdo nunca, aunque sé que un disco repetido cansa siempre… amor mío, llevo muchos años escuchando a Silvio.

Un beso.

Y ese libro que escribes con tinta de tu vida, con tinta de mi muerte, en páginas amarillas de tu piel, muy pronto será blanco y podremos leerlo. La ausencia de palabras solo servirá para que nadie lo compre, para que siempre sea solo nuestro.

Un beso.

Los dedos corren incontrolables hacia el escribir sobre nuestra futura separación a través de la muerte, pero esta vez mi mente es más fuerte. Si no saboreamos plenamente nuestros momentos de felicidad ya jamás seremos felices. Si estamos pensando siempre en el futuro de nuestra lápida vamos a vivir un presente invisible.

Hagamos chalets en el fango, ya que ni siquiera podemos fabricar una cabaña en el asfalto. Hagamos chalets en el asfalto ya que no podemos ni tan siquiera fabricar una cabaña en el fango de los demás. Hagamos un mundo. Hagamos un mundo sin futuro. El “ahora” de hoy es el “ahora” del mañana.

Un beso.

LO SIENTO

Lo siento por todos los enamorados del mundo, pero no puedo decir frases blancas o verdes que con el tiempo se vuelven grises
Mis letras son negras, con brillos plateados cuyos destellos tratan de sellar hebras del lazo al que me tienes sujeto.

Lo siento por no poder decirte que eres mi corazón, mi vida, mi amor, mi niña, mi ilusión.
Yo no tengo palabras gastadas, no poseo la rima precisa; solo puedo cantarte una canción de hechos.

Lo siento por no poder regalarte flores ni oro que desgarren la envidia ajena.
Solo puedo ofrecerte una presión en tu mano, una lengua que te absorba las lágrimas, un cuerpo en el que naufragar, un alma cubierta de hollín para que la limpies.

Lo siento, por no sentir lo que he dicho que sentía. Nunca me han gustado los valles y sí las montañas. Prefiero los ríos rápidos a los lagos. Escojo una causa perdida antes que perderme en una línea recta.
Antes que secarme con el mismo sol del resto, elijo mojarme en tu lluvia.

SOLEDADES

Escucha el murmullo del silencio
desde esa esquina, en ese pueblo
abandonado.

Escucha la indiferencia de las hojas secas,
al rozarte el cuerpo y desaparecer
tras de ti.

Escucha la violencia de las tejas,
al caer desde ese techo
muerto.

Escucha la súplica de madera vieja
al crujir a un tiempo que tus
huesos.

Escucha tu voz muda
en ese pueblo abandonado.

Escucha, escucha. En el cielo ha surgido
un águila.
El aire de sus alas te llena de ecos.
Ecos familiares… mi voz:
“Estoy contigo”

SE PUEDE ENCONTRAR

Antes de conocernos, tú buscabas un camino y yo con quien caminar.

A pesar de que tenías la mirada rota, cuando tu sonrisa llegó a mi casa tú la convertiste en un hogar.

Y con el tiempo, encendiste con tu hoguera mi invierno.Ya no tienes la mirada rota, ni yo tengo frío.

LOS MUERTOS DE HAMBRE

Algunos hombres son capaces no ya de mentir por echar un polvo, sino incluso de salir con una mujer durante bastante tiempo por la misma razón.
A las mujeres se os hace muy difícil de entender por que no os ocurre lo mismo, ya que con vosotras con una mirada, un gesto, o una palabra podéis conseguir acostaros si no con cualquiera, sí con alguien. Pero los hombres, en general, tienen muchas dificultades para hacerlo, y no digamos ya para hacerlo con la mujer que le apetece.
Pero claro, cuando estáis enamoradas de un hombre, veis cosas en él que otras no ven, y os imagináis que ese hombre tiene el mismo atractivo para otras mujeres. La realidad es muy diferente.

No es cierto que los hombres vayan follando por aquí y por allá a todas horas. Son unos pocos los que lo hacen. Lo que ocurre es que esos pocos se acuestan con muchas y por eso tenéis esa sensación engañosa.
En una pandilla de digamos diez hombres, posiblemente solo uno o dos sean promiscuos. El resto, tal vez se acuesten con media docena de mujeres en su vida como máximo. Por eso mienten y remienten para conseguir mojar el churro. Disimulan, ocultan, callan, o directamente, como digo, engañan.

No es tan difícil de saber cuando un hombre va a por lo que va. Tal vez sea un poco más complicado cuando todavía no se ha acostado con una mujer, ya que hasta entonces son capaces de convertir la ética en pura falsedad.
Muchas mujeres, utilizan el no dejarse seducir sexualmente como un arma de control hacia el hombre. Y los hombres lo saben, y saben que una vez caída la barrera, el dominio puede pasar a ellos. Por eso se comportan de diferente manera antes y después de echar uno o varios casquetes.En cambio, es muy sencillo saber cuando en una relación de pareja el hombre solo mantiene esa relación por sexo: ausencia de caricias pre-coito, y post-coito sobretodo; carencia de ternura; preferir estar con los amigos o en cualquier otro lugar; cambios de humor antes y depués de f.llar; llamadas telefónicas esporádicas (cuando está cachondo); y sobretodo la inexistencia de risas.

LAURA

Quisiera estar sólo para afrontar mejor la muerte.

Quisiera estar muerto en vida desde hace tiempo, deseando que la Parca me liberase del dolor de vivir sin nadie con quien compartir.

Quisiera que los dolores de mi alma fuesen tan lacerantes como para suplicar un tiro en la sien.

Ojalá que la imagen de Laura fuese un deseo sin cumplir, una luz invisible que nunca existió, o que si lo hizo se extravió entre hilos de esperanzas sin tejer.

Me gustaría que cuando ella o yo estuviésemos próximos a expirar, el otro le acunase también con su último aliento.

Pero todo lo que he dicho es mentira. Ella engendró lo mejor de mí mismo, y para ella vivo y por ella moriría. El sentido de mi vida no se encuentra en la vida, sino en una caricia de su mirada, en un parpadeo ocasional de comprensión, en una sonrisa de “estoy contigo”.

Por eso odio y temo a la muerte. Por eso me aterroriza. Por eso no hay consuelo que evite que sufra pensando en su ausencia. Por eso, en éste día de lluvia, estoy llorando.

SEGUNDAS OPORTUNIDADES

Ningún hombre deja a una mujer si está enamorada de ella. Si se va con otra o se aleja simplemente para iniciar una nueva vida sin ti, y luego vuelve porque dice que te echaba de menos no es porque te ame; también puede echar de menos a su coche cuando lo están reparando.
Lo que sucede es que esa otra mujer no ha cumplido sus expectativas. Lo que ocurre es que si tenía la esperanza de encontrar un nuevo amor, se ha desesperado al no lograrlo. Lo que pasa es que ha disfrutado de otros cuerpos pero no eran los cuerpos con los que soñaba bajo el suyo al verlos pasar por la calle, sino que ha tenido que conformarse con cualquier cosa, o simplemente no ha conseguido a nadie que quiera acostarse con él. Porque esa es otra, como tú estás enamorada, te crees que es más guapo, más inteligente y más seductor de lo que es; pero eso lo ves a través de una realidad que distorsiona tu amor por él. Lo más habitual es que no se haya comido una mIerda pinchada en un palo y que ese encanto que tú supones, no lo presupone ninguna más que tú.

Así que el vuelve derrotado, hecho una piltrafa, insinuándote o suplicándote una segunda oportunidad. Y tú, arrobada por su recuerdo, sin fuerzas para continuar intentar olvidarlo, cedes, te pliegas ante los recuerdos de tu pasado, ante un presente que consideras vacío sin él, y ante un futuro lleno de una esperanza cobarde.

¡Que triste es ver a una pareja que vuelve a retomar una relación! Su supuesto amor es puro artificio y dura lo que dura la ausencia de una sonrisa donde antes había risa. Los silencios son tan largos como una tarde de domingo y las caricias no son de pasión ni de ternura sino de consuelo, desesperación y resignación. Es la unión de dos soledades que sumadas no dan compañía sino una soledad eternamente más grande que la que pudiera haber sin el cuerpo del otro; porque, al menos, antes, cuando uno de los dos sufría en soledad, siempre cabía la esperanza de volver a estar juntos, o encontrar a otra persona. Ahora, ni eso. La derrota. Una derrota asumida, sin honor, vergonzosa, patética y descorazonadora.

CARÁCTER Y MALA LECHE

Hay mucha gente que confunde el tener un carácter fuerte o sólido con tener mal carácter.

La mayoría de las personas que he conocido con mala leche, han sido personas débiles que se refugian en despotismos, gritos y vehemencias para escamotear su complejo de inferioridad. Son gente acomplejada que a falta de argumentos los sustituyen por gritos y unos cambios de humor semejantes a los que tienen los que sufren un trastorno bipolar.

A mí me gustan las personas fuertes. Pero fuertes de verdad. Esas que son tiernas por fuera, con guante de seda, pero que si les agredes verbalmente son capaces de destrozarte con solo dos frases. Dos frases frías, letales, contundentes; sin berrear, mirándote a los ojos, con tono monocorde y dejando un silencio detrás que te desnuda por completo.

Las personas de mal carácter son frágiles a pesar de parecer de hierro. Y el hierro siempre tiene un yunque que lo puede forjar.
Las personas fuertes, son un junco que se puede doblegar, pero que siempre, siempre, vuelve a su estado inicial venciendo al viento.

Las personas de mal carácter pero débiles, nunca muestran su intimidad. Tienen pavor a que la utilicen contra ellas en cualquier discusión.
Los fuertes, se muestran y muestran sus miserias sin ningún pudor, porque aunque eso les de armas a los demás, se bastan y se sobran con su inteligencia para vapulear a cualquiera.

Los fuertes, no son rencorosos porque siempre vencen o se vengan. Los débiles siempre guardan rencor porque, evidentemente, solo los perdedores son las víctimas de las afrentas.

DURMIENDO CON SU ENEMIGO

Hay algunos defectos de las personas que perjudican a terceros. Solo a ellos. Pero hay uno que siempre perjudica al que lo padece: La envidia.

La principal víctima de la envidia es uno mismo. Al que la sufre le corroe, le impide ser medianamente feliz y le es imposible alcanzar la paz. Da lo mismo que consiga hundir al envidiado. El envidioso no perdona nunca; no perdona nada. Si consigue aplastar al envidiado, lo seguirá envidiando hasta en sus desgracias. La envidia es una enfermedad crónica que ni siquiera tiene una mísera receta que la alivie. El único placebo que conoce es la venganza. Pero ese desquite es temporal. Nada se puede hacer para que el que te envidie deje de hacerlo.
Es un error intentar ser humilde con el envidioso, o ayudarlo. Eso es posible que lo exacerbe todavía más; entonces te considerará prepotente.

Lo mejor que se puede hacer con el envidioso, es obviarlo. No pensar en como solucionar su problema. Que se pudra en su propia miseria.

INTIMIDAD EN LA PAREJA

En el fondo, si somos sinceros con nosotros mismos, todos estamos solos. La cuestión es cuan solos estamos. Podemos vivir en pareja, incluso estar enamorados y sentirnos en soledad ya que cada uno de nosotros es único.
Muchos, salvaguardáis vuestra intimidad como un tesoro que si alguien lo vislumbra puede arrebatar su brillo. Es tan sólo miedo. Miedo a que si la otra persona os conoce puede utilizar vuestros secretos para haceros daño en cualquier discusión. Cobardía ante la vida, ante la otra persona y ante vosotros mismos. Inseguridad nacida de la timidez, del daño que os han hecho, y-o de la falta de carácter. Porque una persona fuerte, segura de sí misma, no necesita esconder ni sus sentimientos, ni sus pensamientos, ni su pasado. Siempre tendrá más argumentos que el contrario cuando le intente atacar.

Me quedo pasmado cuando veo a las parejas de mi alrededor. Ni se conocen. Apenas hay diálogo entre ellas a no ser que sea de temas intranscendentes o materiales. Claro que no es de extrañar; si uno mismo ya tiene miedo o es incapaz de conocerse a sí mismo, mucho menos se va a dar a conocer a otro. Allá ellos. Allá su vida oscura, mediocre y llena de autoengaños. Allá sus quejas porque su supuesta media naranja no les comprende. Allá su soledad.

Para mí, personalmente, una relación amorosa con otra persona que no me hiciese sentirme tan unido a ella como para creer que somos un solo ser, sería solamente un sucedáneo del amor.

CARÁCTER Y CIRCUNSTANCIAS

Para juzgar objetivamente a una persona, sería necesario introducirse en ella; en su pasado, en su sensibilidad y pensamiento. Los veredictos de inocencia aumentarían en perjuicio de las víctimas inocentes.

Las circunstancias, máximas ejecutoras de su propio poder, hipócritas gobernadoras de masas, clases e individuos, llamadas unas veces Azar y otras Voluntad, se confabulan para salvarte o condenarte. Ellas, en ocasiones, te conducen hacia la plenitud o desesperación, a la riqueza o miseria, a lo excelso o al caos, haciéndonos creer poseedores de las riendas de la vida, transformándonos en engreídos o culpables, sin ser verdaderamente ni una cosa ni otra; solo juguetes.

Es sencillo y excusable justificar el carácter propio y exculparse de los actos acusando a la mala suerte; a menudo andan por caminos divergentes y, aunque en ocasiones confluyen, es tan solo, una vez más, casualidad. Hay algunas diferencias básicas debido a las cuales la influencia del primero sobre la segunda es prácticamente nula: El carácter procura manejar su independencia mediante la fuerza y esa fuerza depende, en un porcentaje excesivamente elevado, de las circunstancias. El carácter es inamovible; se adapta, se flexibiliza y, si evoluciona, se vuelve tolerante o intransigente, conformista o afligido, pero jamás se desplaza. Es altivo con sus virtudes, afianzándolas con tal presión que las transfigura en decadentes. Arrogante con sus defectos, de los cuales siempre piensa que, en el fondo, son virtudes puesto que de ellos extrae mayores beneficios que de ellas. Y finamente, generoso, aunque no altruista, con todo lo concerniente al ocultamiento de su innata, desmedida, y grotesca vanidad.

Por el contrario, la soberanía de las circunstancias, a pesar de no ser ejercida de una forma tiránica, sí puede decirse que siempre, insisto, siempre, tiene en su poder la última palabra, la conclusión, lo definitivo. Son independientes y dolorosamente indemnes a todas las coacciones que podamos provocarles a través de nuestra personalidad. Las victorias son derrotas a través del tiempo. Llenamos el vacío, no el espacio. Solo nos permite continuar la inconsciencia de este hecho.

Los fracasos, olvidados por otros recientes, minimizados por la alegría, obtusa pero plausible, se agazapan agobiantemente apretujados tras barricadas de instantes felices. Las circunstancias, en definitiva, te aplastan o coronan con indiferencia, a veces a destiempo, rara vez justamente.

PENÉLOPE DESGARRADA

Dices que ya lo has olvidado. También afirmas que sabes que nunca podreis retomar la relación; que su tren partió y él no tiene billete de vuelta. Pero lo ves entre tus sábanas sudando melancolía. Desnudo, besando tu recuerdo, acariciándote entre dos copas de alcohol, por la noche, por el día, a cada momento que una lágrima resbala por su ausencia.

Dices que no te gusta sufrir, pero sientes un regusto amargo pensando en él. Un placer insano que te horada el corazón a través de cada cicatriz apenas cerrada. Tienes su memoria tatuada en el alma, como un cuño de promesas incumplidas.

Hilas y deshilas su recuerdo cual Penélope esperando un Ulises que se fue con una sirena o fue devorado por el cíclope del desamor. Evocas los momentos de placer y olvidas la amargura que tiñó vuestro últimos días con esa memoria selectiva que crees tu aliada y que solo es una enemiga sin escrúpulos.

Si fueses fuerte, si tuvieses valor, te percatarías de que solo hace falta una cosa para olvidar un amor: proponérselo. Pero, en realidad, ¿quieres hacerlo?

CON LOS OJOS SECOS

Le miras y no le ves.

Saca un cigarrillo, pide al camarero otra cerveza y siguen pasando los minutos inundados de silencios.

Es domingo; una mañana de domingo áspera, árida de sentimientos, plagada de nostalgias y sin presente.

¿Qué ha sucedido?
¿A sido ahora, en este instante, cuando descubres a un desconocido?
¿Donde está aquel sin cuya presencia tu sonrisa no podía mantenerse en pie?
¿En qué paisaje olvidado se encuentran los posos de la ternura, el eco de los besos, el susurro de una caricia?

El ya no es aquel, o tú no eres aquella.Ya no sois los mismos que solo teníais por enemigos vuestras propias ausencias. Ahora solo compartís un amor roto.No sabes si pedirte al camarero una cerveza, o devolverle la sonrisa.

MENTIR PARA NO SENTIRSE CULPABLE

En las relaciones de pareja, cuando se termina el amor por una de las dos partes, lo más lógico sería decir la verdadera causa, que no es otra que el desamor. Pero como somos cobardes, tendemos a alargar en exceso la relación hasta conseguir hartarnos de la otra persona para que nos sea más sencillo dejarla. Así, el sentido de culpa se diluye.

Encontramos defectos donde antes no los había. Obviamos virtudes que antes nos seducían. Todo ello para disimular el cansancio, la fatiga que produce una presencia no deseada. Tendemos a crisparnos por cualquier cosa, a reprochar cualquier tontería. Con ello conseguimos que el otro también se irrite y eso hace que tengamos la coartada para seguir discutiendo hasta dejarlo. El resultado es que una relación que habría podido transformarse en amistad se convierte en un mal recuerdo por no haber sido sinceros y valientes.

Desde el punto de vista de la otra persona, de la víctima de nuestra cobardía, la cosa es todavía peor. No entiende nada. No comprende que ha cambiado; se siente culpable sin saber porqué, ya que sigue enamorada. Ese amor hace que se autoinculpe, que busque responsabilidades en sí misma. Intenta cambiar, hacer todo lo posible para sostener la relación y ve que sus intentos son infructuosos, completamente estériles. Solo recibe incomprensión y desdén. Al final, acaba odiando a su verdugo aunque siga amándolo.

El resultado de todo esto se traduce en dolor para las dos partes, pero sobretodo para el que es abandonado, ya que su autoestima sufre tal quebranto que en ocasiones le es muy difícil intentar comenzar una nueva relación ya que tiene la autoestima totalmente destrozada.

PRIMAVERA EN INVIERNO

Todas las tardes se sientan en esa pequeña mesa del rincón esperando que el camarero les traiga una manzanilla y un café con leche.
Ella ya oye poco y la vista cansada de él se va empañando de cataratas. Pero cuando se miran se ven y sin palabras se escuchan.

Dicen que su pasado está repleto de la ternura que desde que se conocieron comenzó a desbordarse. Que nunca han tenido hijos, ni dinero, pero siempre han estado acompañados y han sido ricos.

En algunas ocasiones parece que van a hablar, pero claro, después de tanto tiempo poco tienen que decirse. A no ser con esas sonrisas con las que se acarician.

A veces, cuando los miro, solo una mueca defensiva impide que se me humedezcan los ojos. Míralos, esos son, están entrando. ¿Los ves? Suelen pedirle al dueño del bar que ponga "La primavera", de Vivaldi, como si se hubiesen anclado en esa estación.

¿Crees que algún día seremos como ellos?

MUJERES QUE POR MUCHO AFECTO QUE LES DAS NUNCA ESTÁN SATISFECHAS

Hay mujeres que buscan amigos hasta en la sopa. Quieren que todos sean amigos suyos, que todo el mundo las quiera aunque tengan que venderse a sí mismas.
Amigo el panadero, el compañero de trabajo, el estanquero, el forero o el del chat.
Tienen una necesidad de afecto insaciable cuya raíz es la ausencia de cariño en su infancia por parte de sus padres.

Van de duras y son extremadamente vulnerables. Van de sinceras y se mienten. Dicen que tienen muy elevada su autoestima y no se atreven a mirar sus complejos. Cuestionan todo y ellas mismas no se cuestionan nada. Dicen que tienen certezas y solo tienen dudas. En fin, no son honestas con nadie, ni con ellas mismas.

Son muy extrovertidas, con una enorme facilidad para conocer gente. Los hacen sus amigos de inmediato y les juran implícita o explícitamente fidelidad eterna. No les duran ni un aliento. Los devoran y buscan otros nuevos dejando a los caducados en la cuneta.
Son tan capaces de ayudar a un desconocido como de olvidar a un amigo. Necesitan más y más personas que llenen su paupérrimo ego. Nunca están satisfechas.

Y se equivocan. Joder, ¡cómo se equivocan! Dejan pasar a personas muy válidas de las que se aburren en cuanto les han regalado sus oídos y buscan carne fresca para sus inseguridades. Gente a la que alucinar, que las admire aunque sea por desconocimiento. Por que eso es, a fin de cuentas, lo que hace que desechen a los viejos amigos: que éstos ya las conocen, que han descubierto sus miserias. Y en lugar de luchar por mejorar con ellos buscando nuevos caminos, huyen hacia delante en busca de nuevas víctimas de su cobardía.

AMISTAD ROTA

Aparentemente, las causas más comunes por las que se quiebra una amistad son las decepciones o las traiciones. Pero, ¿es eso siempre cierto o es lo que queremos creer? ¿Qué hay debajo de éstas razones?

A veces, el tiempo hace que nos aburramos de nuestros amigos, que haya cada vez menos cosas de las que hablar. Que su sola presencia nos incomode. Que detestemos su compañía plagada de silencios, o de cháchara, o de problemas y situaciones que ya hemos vivido con los susodichos en infinidad de ocasiones.
A un amigo se le pueden perdonar muchas cosas: su irresponsabilidad, su volubilidad, incluso que sea una mala persona. Pero lo que se nos hace imposible de soportar es que nos resulte indiferente. Por eso hay tantos solitarios con un gran corazón y-o un gran cerebro. Por que por mucho que digamos lo que más nos interesa de un amigo es que nos divierta o, al menos, que nos entretenga.

En otras ocasiones, lo que se nos hace insufrible es que, esa persona nos vaya conociendo cada vez más. Que ya no la impresionemos, que vaya descubriendo nuestros defectos, nuestras miserias, nuestras mezquindades. Lo que nos ocultamos a nosotros mismos.
Todo iba bien hasta que no nos cuestionaba, mientras nos acariciaba el lomo y nos decía “nene/a tú vales mucho y la culpa de todo la tienen los demás”.

También sucede a veces que sentimos celos, envidia o simplemente nos vemos reflejados en esa persona y no podemos soportarlo.

En cualquiera de los tres casos, nos buscamos excusas para cortar la relación. En el amor pasa lo mismo. Y como todos sabemos, el amor raras veces es eterno. ¿Por qué tiene que serlo la amistad?

EL FALSO AMOR

Algunos y algunas de nosotros hemos creído durante mucho tiempo estar enamorados de una persona determinada. Después, cuando ha pasado el tiempo, una vez rota la relación, cuando los posos del amor se han asentado o se los ha llevado el viento, nos hemos percatado de que no, de que todo ha sido un autoengaño.
De que habíamos moldeado a esa pareja a nuestro antojo porque teníamos tal necesidad de afecto, cariño, o ausencia de soledad, que nuestro corazón ha conseguido engañar a nuestra cabeza.

Hemos conseguido transformar sus defectos en virtudes, sus mezquindades en debilidades, su falta de comprensión en fortaleza de carácter.
Hemos metamorfoseado su falta de inteligencia en la inteligencia que nosotros le hemos querido injertar, confundiendo el que adopte nuestra forma de pensar con que tenga ideas propias.En fin, hemos justificado todas sus miserias para que se adapte al ideal de amante que nosotros siempre habíamos soñado. O, en casos extremos, no hemos ni siquiera justificado nada excepto el amor que hemos CREÍDO sentir hacia esa persona. Hemos pensado sin pensar que el estar enamorados o creer estarlo, no es lo mismo pero es igual.
En realidad, sólo nos hemos enamorado del amor.

QUERER Y AMAR

Para mí, entre querer y amar hay una distancia tan insondable que parece que las dos cosas sean antagonistas.

Querer, es encontrar a la persona que mejor satisfaga tus anhelos.Amar, es hallar a la persona a quien darle lo mejor de tí mismo y que eso te suponga un placer inigualable. Qué tú felicidad dependa de el grado de felicidad de la otra persona.

El querer a alguien es una cosa más de nuestra vida, un departamento aislado, importante, sí, pero no imprescindible.
Amar es lo único importante cuando descubres el sentimiento; todo el resto lo ves a traves del filtro del amor y puedes superar el blanco y negro de la realidad y la hediondez de la vida.

Amar es pasión, obsesión, arrebatamiento.
Querer es costumbre, cariño, dejadez.

Amar es, por ejemplo, dejar que tu pareja salga por las noches y no preocuparte de los celos sino de que le pueda suceder algo malo. O verla por la calle diez minutos después de haberla visto y alegrarte de su presencia más que de si vieses a tu mejor amigo del que no tienes noticias desde hace años.

Amar, es desechar la libertad, y preferir ser libre encadenado a un corazón.

Amar es no imaginarte la vida sin la persona amada y tener la certeza de que cuando ella muera tú te suicidarás de inmediato.

martes, diciembre 13, 2005

EL RIESGO DE NO ARRIESGARSE

Hoy tenías que decidir: o él o tu marido. Y has decidido. Has decidido quedarte con tu marido; con ese hombre que no te llena, que no te cuida, que no te mima ni te comprende. A ese hombre que con los años en lugar de conocerlo lo ves más como un extraño.

Pero están tus hijos, tu familia, tus amigos. ¿Qué dirán ellos? ¿Cuantas presiones, cuantos reproches tendrías que soportar? ¿Y para qué? ¿Para sucumbir a una amor del que no tienes la seguridad de que vaya a durar? ¿Y si sale mal? No habría marcha atrás; no puedes cometer esa temeridad.

Y pasan los años y aún no lo has olvidado. Y pasan los años con muchos inviernos, algunos otoños y ninguna primavera.

Tú hija trabaja en otra ciudad. Tú hijo solo acude por navidad.

Y pasan los años. Y pasan los años.

Y aquí estás, en éste asilo de bloque de viviendas. La foto de tu marido, fallecido hace tiempo, en la mesilla, y el pequeño retrato carcomido de aquel amante, en el bolso.

Y de repente lo ves, es un nuevo inquilino pero lo reconoces enseguida. Ahí lo tienes, como en la foto. Y cuando lo ves, te observa, y tus ojos vierten unas lágrimas.Pero ni siquiera tú sabes si son de alegría o de rabia.

AMOR MORIBUNDO


Así que crees que tu relación está sumida en una crisis pasajera; que es normal en todas las parejas; que el tiempo pesa. Debe ser el stress de la vida cotidiana, el trabajo... no sabes. De todas formas es habitual en otros novios o matrimonios, te dices. Y con eso te consuelas. Te consuelas de esos vacíos de palabras, de esas tardes de domingo áridas, doblegada la esperanza de un fin de semana que ha vuelto a decepcionarte. Con el lunes amenazando tu ansiedad y los silencios doblegándote la esperanza.

Pero no, de eso nada, aún puedes salvar tu relación, eso crees. Necesitáis tiempo para vosotros solos. Un viaje quizás. ¿Un viaje, dices? No sabes lo que te espera, amiga. Si estando rodeados de otros la relación no se sostiene, imagínate cuando tengáis que enfrentaros a vuestras respectivas soledades. Las únicas maletas que podréis llevaros serán la del tedio y la de las decepciones.

¿Crees que volverán las caricias pre-coito en ese viaje? Tal vez. Tal vez regresen forzadas, simuladas dentro de una farsa. De lo que puedes estar segura es de que, como las madreselvas de Becquer, la ternura después de hacer el amor, esa, esa no volverá. Yace enterrada en la monotonía... en el hastío.

Pero entonces, me preguntas, entonces, ¿no existe el amor eterno? Pues claro que existe, te contesto. Como los tréboles de cuatro hojas.
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Esta vida no es un ensayo de otra. Los errores los pagamos aquí. Los años pasan, la cobardía es nuestro verdugo.

¿Dónde está escrito que tengamos que amar toda la vida a una misma persona? El amor se mide por la intensidad, no por la duración. Una relación que se acaba no es un fracaso, sólo un fin y una puerta abierta para otra. La verdadera derrota es someterse a la comodidad o al miedo.

MUJERES QUE VALEN LA PENA

Hay mujeres que apuestan a los dados del amor su alma y aunque casi siempre les sale el 1 continúan jugando.

Hay mujeres que darían todo lo que tienen por un poco de olvido.

Hay mujeres que prefieren naufragar en el vértigo de su propia honestidad, a navegar en el hogar dulce hogar de las mentiras.

Hay mujeres que solo esperan del futuro una caricia.

Siempre me han atraído este tipo de mujeres.

HAY MUCHOS HOMBRES QUE NO VALEN LA PENA

Hay hombres que nunca han visto una mujer vestida.

Hay hombres que antes de preguntarles ya te han dicho que no.

Hay hombres que se cobran las deudas de una mujer en todas las mujeres.

Hay hombres que luchan un día y se rinden para siempre.

Hay hombres que buscan en un hogar dos zapatillas.

Hay hombres que miran el horizonte y solo ven su nariz.

Hay hombres que siempre podan la hierva de las ilusiones ajenas.

Hay hombres que creen que el olvido es una palabra que no hay que recordar.

Hay hombres que hacen de la traición un compromiso.

Hay hombres que tienen el alma extraviada y no son Pulgarcito.

Hay hombres que nunca se desnudan por mucho calor que les den.

Hay hombres que en su arco iris particular solo tienen el color del dinero.

Hay hombres cuyos únicos amigos son los espejos.

Hay hombres que son tiranos de los demás y esclavos de ellos mismos.

Hay hombres cuyo destino van forjando con cadáveres.

Hay hombres con rostro de elfo y corazón de trasgo.

Hay hombres que son... demasiados.

Pero también hay algunos hombres, los menos, que se merecen un premio y nadie se lo quiere dar.

"Tú risa es como un arroyo, que nunca tiene la misma agua, pero siempre es transparente".

EL AMOR PERDIDO

Te dejó hace tiempo. Pero los recuerdos penetran tu soledad hasta desnudarla por completo.

Tú no eras la dueña de su corazón. Eras su amiga, su amante, o quizás su madre; pero no la dueña de su corazón. O tal vez sí, quizás lo fuiste algún día, pero ese día anocheció.

Y deambulas por las calles, en tu trabajo, con o sin amigos, con una mueca atroz por sonrisa y un vacío en la mirada.

Y te dicen que salgas, que vayas o que vuelvas, que no te quedes quieta. Que el tiempo todo lo cura; que olvides. Pero, ¿como puedes olvidar que un día fuiste feliz?

No puedo aconsejarte, ni hacer que la nostalgia yazca moribunda. Solo escucharte; solo puedo escucharte.Y aunque yo ya estoy enamorado, a ti te quiero... amiga.